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Hasta pronto, Pepe

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Mi hermano Pepe murió sedado mientras amanecía el 23F de 2006. Nunca llegó a leer el texto De milagro , que publiqué en un diario gallego el 10 de Noviembre de 2005.

Habíamos recibido el aviso perentorio, «Pepe está muy mal; tenéis que venir, no pasa de esta noche», y nos pusimos en carretera gracias a una de mis hijas y su marido, por que mi corazón atenazado me impedía conducir. Pedimos que dijeran a los sanitarios que no le sedaran del todo, que pudiera reconocernos, saber que estábamos también a su lado en ese trance.
Llegamos al hospital a las dos y media de la madrugada, dormitaba en la cama, le toqué una de sus piernas. ¡Hombre!, me dijo, y me pidió un beso con su voz rota por el cáncer. Luego, besó la yema de su índice y posó su beso en mi mejilla. Pedimos que le sedaran para que no sufriera hasta donde ello fuera posible. Pedí a mi madre que se lo llevara con ella cuanto antes, que detuviera su dolor.  De repente se incorporó levemente, me pidió ayuda con gestos para que le ayudara a sentarse. Su mano derecha señalaba los pies de su cama y acarició varias veces la colcha. «Está viendo a su madre; esta tarde la vio varias veces y decía Mamá, Mamá», me dijeron.
Poco a poco, la frecuencia de su respiración agónica fue disminuyendo. Yo estaba sentado en una silla, al lado de su cama. Cuando comprobé que sólo hacía tres inspiraciones por minuto, comprendí que el hilo de su vida se estaba rompiendo definitivamente. Apoyé mi cabeza sobre sus piernas y me dormí. Creo que aquel breve sueño, ese otro mundo paralelo, nos puso en contacto. Desperté cuando hacía una sola inspiración por minuto, estentórea, como si quisiera atrapar todo el aire del mundo. Le di un beso de despedida y fui a la sala de espera para comunicárselo al resto de la familia: «Está a punto de morir».

Cuando dejaste de respirar, Pepe, aguantamos dolor y lágrimas para hablarte con ilusión, decirte cosas bonitas, cariñosas, para besarte y acariciarte, hasta que te enfriaste. Sabemos que el cerebro de quien muere sigue recibiendo estímulos exteriores durante no se sabe cuántos minutos. La expresión afable, viva y serena, de tu cara nos lo confirmó. Toda tu familia pudo comprobarlo.
Tus cenizas, repartidas en las manos de cada uno de los de tu familia, Pepe, las echamos al mar, tal como tú querías, en un lugar emblemático de la costa gallega y brindamos por ti. Tu muerte ha dejado en nosotros una huella navajera que jamás se cerrará, aunque puede que llegue a no doler.
Qué más decirte que no sepas tú ya, hermano.

De milagro

Tras la guerra civil española, durante la segunda mundial, con tan dura vida en Galicia, Maruja parió tres hijos. Sin padre, cosa frecuente entonces, la familia era tan pobre que sólo podía ahorrar en el nombre de los hijos: Pepe, Manuel y, el pequerrecho, José Manuel.

Maruja murió pronto, con esa honda decepción de las madres que dejan hijos en la miseria y sin cariño a su alcance. Los Pepe/Manuel estaban a medio criar y tuvieron que recorrer caminos solitarios y lejanos, pero consiguieron mantener en el corazón la llama de mamá y hacerse gente de paz y con criterio; aún se quieren de verdad tras reencontrarse años después.

Mas la vida golpea aunque no venga a cuento, como si uno tuviera que macerar sus carnes en desgracias y sufrimientos. Además de grandes estrecheces, los tres sintieron muy cerca el halo de la muerte: un infarto casi acaba con el pequeño; Manuel tuvo que afrontar terribles siniestros en minas de carbón; a Pepe le robó un pie la mar, se conformó sólo con eso. Los tres están vivos de milagro.

Miedo, dolor y anhelo, se ciernen hoy sobre las once familias que descienden ya de aquella pobre madre, y muchos bisnietos que seguirán su estirpe. El beso helado visitó de nuevo a Pepe; le diagnosticaron cáncer el día de difuntos de 2005, como si fuera una certera premonición. Pepe tiene tres hijos, como Maruja; viejas historias avivarán en él sentimientos desgarradores.

No esperan milagros, pero creen tener pruebas de que fue Maruja quien mantuvo vivos a sus hijos en tan graves peligros, que lo hará de nuevo ahora. Es sabido y aceptado que vivos y muertos habitamos el mismo espacio/tiempo. Aunque sea difícil verlos, con frecuencia percibimos el leve toque de sus presencias rozándonos apenas. 

Por Veigacasás