A sabiendas de que hablar de la muerte resulta morboso y antivital, un acontecimiento de ardiente actualidad, entre nuestra comunidad, bien merece una reflexión.
En primer lugar, quisiera disentir del dicho comúnmente admitido de que “ la muerte nos iguala a todos”. No es verdad. Esta idea es absurda y falaz. En este complicado mundo, hay muchas formas distintas de rematar la partida que nos ha tocado jugar. No hay muertes iguales como tampoco hay vidas iguales.
Hasta hace poco, nos moríamos rodeados de familiares y vecinos como si de un acto social se tratara; era como un teatro que escenificaba en vivo el drama de la muerte. Los muertos se quedaban entre nosotros; seguían siendo nuestros vecinos. Los cementerios penetraban en las aldeas, rodeaban las iglesias, ocupaban un lugar destacado en nuestra parroquia o pueblo, incluso se adentraba en los habitáculos de las familias. No parece sino que el hecho de la muerte fuera un derecho sentido y debido.