El mundo demanda un nuevo orden social

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Por Antonio Díaz Lombardero

 

Con el alma, la mente y el corazón puestos en tantas familias rotas por el atentado terrorista  de Madrid, el mundo entero sigue llorando tanto mal acumulado,  tanta desgracia, tanta sinrazón, â?¦ que no pueden comprenderse desde una óptica humana. Al toque de las sirenas de las ambulancias y la alarma general, regueros de hombres y mujeres arrimaron el hombro ante el horror y la apocalíptica  catástrofe que ha sembrado de cadáveres y de víctimas los andenes y los vagones de los trenes de nuestro querido Madrid; corrían a dar parte de su vida a los que  estaban perdiendo la suya; corrían para tender su mano al que corría desolado sin saber a dónde, al que lloraba la pérdida de sus seres queridos, al que yacía tendido en el suelo; al que estaba aprisionado entre los barrotes de los vagones descuartizados.

Se volcaron ante el dolor, ante la desgracia aún a riesgo de perder sus vidas por efectos posteriores. Su entrega y su testimonio nos servirá a todos de ejemplo imperecedero y anidará para siempre en el corazón y de la retina de los que presenciamos tan descomunal barbarie. Para esos anónimos héroes, vaya el testimonio de nuestra gratitud.

Los hombres y mujeres que sobrevivieron a esta horrible matanza, necesitan  recobrar la ilusión de sentirse útiles, de culminar los proyectos que iban forjando dentro de sí camino del trabajo, del colegio, de la universidad.

La sociedad tiene que brindarles la sensación de sentirse arropados permanentemente por el cariño y por la comprensión de todos los que presenciamos este terrorífico holocausto. No basta un minuto de silencio. Su desgracia no puede ser una tara, sino su carta de presentación.

Nuestro apoyo tiene que seguir más allá del dolor para mitigar el dolor.

 

Pero la solidaridad no dura un día, un momento. La solidaridad no es pensar en uno mismo; es pensar en los demás. La solidaridad es sentir como propio el dolor y la alegría de los demás. La solidaridad es una actitud.  La solidaridad es un valor permanente y la sociedad está reivindicando que estos valores tomen carta de naturaleza, que se inserten prioritariamente en nuestro sistema educativo.

 

Es evidente que hemos entrado en un nuevo tiempo histórico. La gente se junta, en la calle, hombro con hombro, en demanda de la instalación de un nuevo orden social; busca un mundo para convivir; un mundo donde reine la cooperación internacional y la solidaridad  ante los acontecimientos adversos, ante la permanente agresión de los violentos.

 

 Posiblemente sería bueno recapacitar, en cada parcela de la sociedad, sobre los valores que nuestros sistemas educativos están inculcando; sobre el modo de transmitirlos; sobre los modelos de sociedad que ofrece la TV y los medios de comunicación; sobre las actitudes; sobre los valores fundamentales del respeto, de la tolerancia, de la convivencia, de la solidaridad,â?¦

Todos cabemos en nuestro planeta, porque es la casa de todos.

 

 A modo de ejemplo, me gustaría traer aquí el testimonio de un contertuliano de una emisora de radio que relataba una experiencia familiar de su propia hija. Era el día después del fatídico asesinato colectivo de Madrid. Durante la comida, viendo escenas de la TV, el padre lloraba una y otra vez y su hija le increpa:

-¿Por qué lloras, papá?

- ¡A nosotros no nos ha pasado nada!

 

Posiblemente para esta adolescente las escenas televisivas le recordaban los efectos especiales de una película de terror. Quizás su mente confundía la realidad virtual que hoy  enseña nuestra moderna técnica, con la realidad que viven  las personas en un mundo castigado por la barbarie de unos pocos que  nos imponen sus propios ideales a costa de la vida de indefensos y pacíficos ciudadanos.

Hoy más que nunca llegó la hora de invertir en â??educarâ?? a nuestros hijos; a los hijos de nuestra sociedad. Es mejor ser que tener.

 

El mundo no es más libre cuando hay más armas, sino cuando hay más respeto.

. â??Faltan palabras donde sobran  sentimientosâ??, Baltasar Gracián.