No hay un trozo de tierra para cavar su tumba

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A sabiendas de que hablar de la muerte resulta morboso y antivital, un acontecimiento de ardiente actualidad, entre nuestra comunidad, bien merece una reflexión.
En primer lugar, quisiera disentir del dicho comúnmente admitido de que “ la muerte nos iguala a todos”. No es verdad. Esta idea es absurda y falaz. En este complicado mundo,  hay muchas formas distintas de rematar la partida que nos ha tocado jugar. No hay muertes iguales como tampoco hay vidas iguales.

Hasta hace poco,  nos moríamos rodeados de familiares y vecinos como si de un acto social se tratara; era como un teatro que escenificaba en vivo el drama de la muerte. Los muertos se quedaban entre nosotros; seguían siendo nuestros vecinos. Los cementerios penetraban en las aldeas, rodeaban las iglesias, ocupaban un lugar destacado en nuestra parroquia o pueblo, incluso se adentraba en los habitáculos de las familias. No parece sino que el hecho de la muerte fuera un derecho sentido y debido.

De esta filosofía se ha impregnado nuestro amigo José y en este ambiente ha vivido él , que era un hombre sencillo,  de nuestro entorno; un vecino nuestro, un hombre que añoraba continuar entre los suyos, aunque las circunstancias de la vida le llevaron a pasar los últimos días de su vida en la Comunidad de los “Hermanos misioneros de los enfermos pobres” de Vigo. Allí se encontró con la muerte, rodeado de sus hijos, y fue su última voluntad volver a su tierra para quedarse para siempre entre los suyos, en el cementerio de su parroquia, en el cementerio de Nigrán. Le pareció que así rendía tributo a los suyos. Permanecer entre los suyos era un derecho sentido y debido a unos vecinos que estuvieron a su lado, que vivieron sus problemas, que le ayudaron a resolverlos.

No parece sino que el hecho de la muerte fuera un derecho que le hiciera recobrar y devolver su dignidad. La muerte no lo coge  por la espalda; la ha visto llegar de frente y  a tiempo de disponer su última voluntad.

Tanto el párroco como Cáritas  parroquial de Nigrán, intérpretes de sus deseos postreros, inician una serie de contactos con los servicios Sociales del Ayuntamiento para sepultar sus restos en el Cementerio Municipal. “No hay ni un trozo de tierra para cavar su sepultura”- contestan en el Ayuntamiento.

 Y así es, refrendan los vecinos:
“Aquí o tienes un nicho o solucionas el problema con algún vecino que lo tenga o sino, no tienes donde caerte muerto”.


Ante esta situación kafkiana , los “Hermanos misioneros de los enfermos pobres” asumen el reto de gestionar la cremación del cadáver en Vigo, y a su cargo.
Una vez finalizadas las exequias retoman el viaje de regreso.

El furgón fúnebre arranca lento, mayestático, silencioso,  entre los vecinos que observan perplejos el exilio de un cadáver a quien su tierra no quiso acoger, no quiso cubrir sus ojos con un puñado de su tierra. Un réquiem por su alma queda rezando el cura. Un silencio sobrecogedor congela el aliento de los asistentes. Una que otra mujer sollozaba, mientras que todos murmuraban desaprobando esta situación:
”¡Es que nuestra sociedad ignora la muerte, la silencia, le hace el boicot, la reprime, desprecia nuestros muertos”!, dicen .

Pienso que el viento será generoso dirigiendo hacia otras tierras las cenizas del finado José, para que descanse en paz, mientras que en el cielo se trazan , con doradas siluetas, aquellos versos de Calderón de la Barca:
¿”qué delito cometí naciendo / por qué me tratáis así?

Por Antonio Díaz Lombardero